A veces creo que he vivido muchas vidas y he muerto otras tantas. La resurrección en ocasiones ha sido un florecimiento, algo suave, una transición natural e inadvertida en los segundos de un parpadeo. Otras, ha sido dolorosa y cruel, un desgarramiento de la piel y los huesos. En todas, ha sido una fuerza imparable, manejada por la tensión entre la vida y la muerte. ¿Cuántas vidas me quedan por morir? - me pregunto con pánico de no poder soportar una transición más entre el mundo de los vivos y los muertos.
El descanso entre esos dos abismos está en sueños. Yo no duermo, es algo mucho más que eso. Cuando cierro los ojos, miles de palabras, sentimientos, emociones y otras tantas cosas más imposibles de simbolizar me cruzan, de norte a sur, de este a oeste. Una vez incluso sentí despegarme de mi cuerpo, sentí volar en una mezcla de excitación sexual y misticismo religioso. Fue una tarde cualquiera, bajo la manta verde que tantas metamorfosis mías ha vivido, que tanto se ha empapado de llanto y de sonrisas y que piensa en ti como una vieja conocida, de tantas veces que ha escuchado tu nombre.
A veces creo que vivo en una línea paralela, que cuando suelto el control se convierte en una asíntota. Una querencia que no entiendo, pero que en muchas ocasiones se ha convertido en refugio de la vida que estaba muriendo. Siempre puedo cerrar los ojos, abandonar el camino de la paralela y cruzar el camino de las curvas de tu cintura, porque las únicas matemáticas que me importan son las que calculan el olor de tus pestañas en mi hombro, besos de mariposa, aleteo de campanillas, cosmos en el caos.
¿Es demasiado tarde o demasiado pronto? - me pregunto sabiendo que no conozco la respuesta. No siempre lo he hecho bien, no siempre me has hecho bien. ¿Eres responsable de alguna de esas muertes? ¿Eres responsable de alguna de aquellas resurreciones? Probablemente ambas cosas, por eso, más allá del amor y el odio, estás tú.