Y yo que nunca he creído en el sexo de despedida, ni siquiera en un beso ni un abrazo; yo que soy radicial, que el adiós es el adiós y no incluye colchones de cariños. Yo, decido quedar contigo a tomar un café. Presentarte a mi pareja, conocer a la tuya. Tomarnos no un café, sino cuatro. Pasar del café a la cerveza. Y de repente lo noto, tu mirada está clavada en la mía como antes, como nunca. Y no puedo remediarlo, de nuevo nos convertimos en dos imanes con los polos opuestos entre sus piernas. Intento pensar qué está pasando, pero como un recipiente boca abajo, no me llega ni un ápice de sangre a donde tiene que llegar.
Reconozco esa mirada y no sé cómo no se para el tiempo ni cómo alrededor nadie se da cuenta de la sacudida. No importa nada, huimos de la muerte y de los interrogantes abiertos, de las oportunidades perdidas. Te levantas y te sigo, hipnotizada por la música de tus pasos. Te sigo, te sigo, te sigo. No importa nada. La puerta se cierra a tu paso, al abrirla me esperas, me empujas contra la pared y buceas debajo de mi camiseta con tus ojos en tus manos. Te sujeto por la nuca, tus labios se posan en los míos y noto tu lengua otra vez, en la mía, recorriendo mis labios. El epicentro del terremoto me convulsiona. Nos tomamos un momento para respirar y mirarnos a dos centímetros. Te ato las manos con las mías, las entrelazo, las sujeto para darles el permiso que no pides.
La pared está fría en contraste con el calor de mi piel, con la ropa enmarañada. Vamos directas al mismo lugar, donde las olas rompen contra el acantilado y dejan gotas de sal marina y excitación. En este momento, recuerdo que te amo. Que nada ha cambiado. Que somos otra vez tú y yo. Y ya no estoy perdida aunque haya extraviado mi sentido de la realidad. Realidad sobrevalorada. No es infidelidad, la infidelidad era todo lo demás.
Noto tu aliento en mi cuello, se acelera, como las palpitaciones de un nuevo corazón que te ha nacido en lo más recóndito de tu sexo. Lo noto crecer, tu sentimiento, el mío, punta de flecha que señala el camino. No pares, no me dejes parar. Llega conmigo y déjate caer sobre mí. Nos besamos, nos vacíamos y al abrir los ojos me encuentro con los tuyos, que me preguntan: Y ahora ¿qué? ...