Hacía cinco días que había dejado a Sofía, y tenía la sensación de
estar volviéndome loca. Marqué su teléfono muchas veces pero nunca llegué a
llamar, y escribí unos cuantos emails también, pero tampoco los mandé. No sabía
qué hacer, y mi mejor amiga, Marta, no ayudaba mucho. Cuando venía a verme
revoloteaba por la casa hablando de quién se había liado con quién o cuándo era
la próxima fiesta a la que era absolutamente imprescindible ir; pero cuando
hablaba sobre la ruptura me decía que sólo era una racha, que las cosas estaban
muy bien como estaban. Yo pensaba en Sofía todo el rato, había estado en cada
rincón de mi casa. La veía mirando por la ventana, mordiéndose las uñas; en la
cocina rebuscando entre los cajones; echándose crema en el espejo del baño; en
mi cama, con la boca abierta.
Decidí ir a ver a Claudia, una amiga a la que conozco desde el
instituto. No pasamos juntas todo el tiempo, pero nos ayudamos en momentos de
crisis. Fue la primera persona a la que le conté que era lesbiana, e incluso
llegué a estar un poco colgada de ella en la adolescencia, pero es la persona
más heterosexual que conozco.
Quedamos a tomar café y me abrió la puerta de su casa en ropa
interior, aunque llevaba puesta una sudadera de Bob Esponja con capucha.
Claudia es una calentorra, pero es algo natural en ella.
- Eso que llevas puesto no tiene ningún
sentido – dije a modo de saludo.
- Cállate – se rió, y me hizo un gesto
para que pasara.
Su casa (como siempre) estaba hecha un desastre. Había cajas garabateadas
y perchas huérfanas invadiendo el pasillo y en el salón se amontonaba la ropa
encima de una tabla de planchar que ya formaba parte de la decoración oficial. La
mesita que había frente al sillón estaba llena de revistas, ceniceros llenos y
vasos vacíos.
- ¿Quieres un café? – me preguntó.
- No lo sé, ¿te queda algún vaso limpio?
- Deja de meterte conmigo Alba, has
venido a que te ayude, ¿no? – Claudia raras veces se enfada conmigo, sabe que
soy una borde si me preocupa algo.
- El otro día corté con la chica de la
que te hablé, Sofía, pero ahora me arrepiento.
Le conté la escena, cómo ella había soltado esa lágrima única y me
había desarmado. Le conté los últimos cinco días, lo raro y nuevo que era todo
para mí, que me sentía una mala persona, y que Marta no ayudaba.
- No sé por qué le pides consejo amoroso
a Marta, lleva enamorada de ti desde el primer año de carrera.
- ¡Siempre dices eso! A Marta
no-le-gus-to – dije separando las sílabas.
- ¿Y por qué siempre se enfada cada vez
que te echas novia?
- Lo primero, yo no me echo novia; y lo
segundo, no es que se enfade, es que se pone un poco celosa, está acostumbrada
a que salgamos las dos juntas “de pesca” y cuando estoy con alguien se siente
un poco sola – expliqué por enésima vez.
- Vale, vale… ¿y qué quieres hacer con
lo de Sofía?
- No sé, no sé qué me pasa…
- Te pasa una cosa muy normal, sister –
me dijo Claudia encendiéndose un cigarro -, quieres lo que no puedes tener.
- Venga ya, no soy tan infantil – me
quejé.
- Sí que lo eres, todos lo somos. Cuando
dejas a esas chicas pasajeras se ponen a llorar, te gritan, te piden que no te
vayas… Así sabes que podrías tenerlas en cualquier momento. Por eso te importan
un carajo. Pero con esta chica, Sofía, ha sido diferente, no la tienes comiendo
de tu mano, por eso la quieres de vuelta.
- No es así, la quiero de vuelta porque
me gusta – dije enfadada.
- Pues díselo
- ¿Cómo?
- Ve y díselo. No montes estrategias
absurdas, no finjas que no la ves si te la encuentras en algún sitio, no te
inventes una novia falsa, no intentes ponerla celosa. Ve hacia ella y se lo
dices.
- ¿Y si dice que no? – pregunté con
miedo
- Entonces puedes recuperarte y pasar a
otra cosa.
- ¿Desde cuándo te has vuelto una
experta en psicología femenina?
- ¡Desde siempre, pequeña! Con las tías
es muy sencillo en realidad, como no estoy pensando en follármelas, puedo
concentrarme en sus mentes y sus almas – dijo Claudia de manera teatral.
- Y en sus novios y hermanos – me reí.
- Bueno, eso también.
To be continued...