Desperté con esa sensación de ausencia que te deja los brazos huecos. Había
soñado con Sofía, otra vez. A pesar de que hacía calor me tapé con la manta
sólo por sentir el peso encima de mí, como si fuera su cuerpo. Cada vez que
cerraba los ojos veía su cara, como si la tuviese grabada detrás de los
párpados.
Me puse a llorar como una imbécil y me odié por ello. Había liado las
cosas de una manera horrible y ya no tenían remedio. La había espantado y había
quedado claro que me odiaba.
Cuando la conocí me pareció inofensiva. Con sus enormes ojos y su
nariz diminuta, llena de pecas. Su rostro tenía un aire infantil que contrastaba
con su altura y sus curvas, y con esos labios rojos que siempre me dejaban
marcas en las mejillas.
- ¿Podrías dejar de pintártelos algún día? Siempre voy llena de
pintalabios – me quejé.
- No, me gusta dejar besos con
marca – respondió, dándome uno en los labios.
A mí también me gustaba, aunque me quejase. Me gustaba casi todo lo
que hacía. Cómo se mordía la uña del dedo pulgar cuando estaba pensando algo.
Cómo se acurrucaba contra mí en el sofá, con las rodillas casi tocando su
barbilla. Cómo me besaba de improviso en la nuca mientras yo estaba haciendo
cualquier cosa y me ponía siempre de buen humor.
Pero me convencí de que me sobraba. “No te hace falta”, me decía a mí
misma, “a ti no te hace falta una tía”.
Empezó a molestarme todo lo referente a ella. Sobre todo me molestaba lo cómoda que se
encontraba en mi casa. Que supiera dónde estaban las cosas en la cocina o que
se descalzara para subir los pies al sillón.
Hice una montaña de un grano de arena y me decidí a dejarla. Porque
tenía que librarme de ella de algún modo, y a pesar de que estaba portándome
como una gilipollas, Sofía no iba a dejarme. Estaba segura de eso por la manera
en que me miraba. No era la primera chica que me miraba de esa forma, pero era
la que más miedo me había provocado. Porque a veces yo también la miraba así.
Como si nos quisiéramos.
El sol empezó a entrar en la habitación a través del estor, parecía
que se burlaba de mí por haber pasado otra noche en vela. Ya iban tres esa
semana. La palabra ‘obsesión’ apareció en mi cabeza, y oí a Claudia
retumbándome en los oídos: “Contra la obsesión, ¡entretenimiento!”.
Cogí el móvil de la mesilla y abrí el whatsapp para escribir a mi
amiga Marta: “Convoca a la tropa. Pachanga de fútbol mañana por la tarde”.
Soltar adrenalina, liberar endorfinas y un vestuario con tías en
pelotas. Eso debería calmarme de momento.
To be continued…
Perdonad por este capítulo tan
corto en el que no pasa nada. Estoy de exámenes y no doy más de sí… De todos
modos, prometo que voy hacia algún sitio con todas estas chorradas xD
1 títulos de crédito:
Se te perdona.
Besos con marca. ;)
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