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lunes, 13 de febrero de 2012

Concurso cartas de amor. Mujer anónima, A.B y El gallito

Premio: Noche y desayuno en


Más información en: 
Toprural 
Trivago  

Creo, queridas, que con estas últimas tres cartas ya publico todas las que me habéis enviado. Si alguna se ha perdido en el tintero internauta de los emails, no tardéis en hacérmelo saber. En teoría...mañana hab(r)emus ganadora, pero a lo mejor tarda un poco más, porque tengo el SUPEREXAMENDELINFIERNO y espero que me dé tiempo a ordenar todas las notas que mis señoras juezas están poniendo. Bueno, a lo más tardar el miércoles...con la resaca valentinera.

Participante: Mujer Anónima
 
Mi amor,

Tú no eres mía y yo no soy tuya. A pesar de las tardes en las que nos encontramos en un hostal donde hemos de ahogar nuestros gemidos para que las paredes no escuchen el deseo que estamos robando, no nos pertenecemos. Y sin embargo tocarte me hace sentir que soy yo al otro lado de ti, como si tu boca que toca mi boca no hubiera sido nunca extraña, sino la boca precisa que se hace para la mía del mismo modo que el océano a Shelley: ambas ahogándonos en un amor que sólo se toca con la yema de los dedos para verte marchar y al contrario que la muerte anhelar con furia tu regreso.

No pensé necesitarte nunca. Mi vida era tranquila, una de esas novelas lentas victorianas en las que todo es seguro y no sucede nada. Todo cotidiano: levantarse temprano, desayunar, el olor a café reciente de la cocina, los ojos aún cerrados, el frío ahí afuera, los días de invierno y su mano helada que coge la mía en busca de un lugar donde haya calor y una mirada de quien conoces tan bien después de los años.

Después llegar del trabajo, ir a la compra, sentarnos a ver la televisión o algún partido de fútbol, besarnos despacio, buscarnos. Mi cuerpo aún cálido y el suyo ardiendo. Gemir juntas. Ella dice mi nombre y yo me siento estremecer. Acabar exhaustas y hambrientas. Yo cocino esa noche mientras aún está desnuda y me gusta ver su cuerpo así, esa ciudad segura a la que siempre puedo regresar y cuya mirada me dice que es mía y me pertenece, que nunca me dejará, que otras tantas le hicieron sufrir y que conmigo todo es paz y cenar despacio, besarnos y apagar las luces, volver a buscarnos en la cama y mi cuerpo ardiendo y el suyo aún cálido.

Y tú al otro lado de la ventana, mirando sin ver, torturándote como yo lo hago por las manos que no son mías, el aliento que no me pertenece, toda esa vida normal que le robamos cuando nos encerramos a morir de deseo. Porque mirarte es mirarme, buscarme donde nunca me he sabido encontrar, sacar de mí lo que nunca supuse existiría. Oler el pelo del viento, mi amor. Saberlo exacto y preciso en cada pliege de tu ropa cayendo, en tu voz que me hace flaquear y caer despeinada y rendida en esa cama cuyo colchón tan blando cede y se comba como un dolor placentero.

Después marcharte, dejarme con un vacío y olor a caverna, una necesidad de beber y olvidarme de mi misma en una calle oscura de Madrid. Porque todo eso me devuelve a la realidad y me hace salir de la burbuja que creamos entre nosotras: el único sitio en el que es posible encontrarnos, donde vivimos la una de la otra y todas esas palabras que nos decimos tan ciertas como irreales verdaderamente tienen sentido.

Te amo tan en silencio.

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Participante: A. B

La luz roja se reflejaba en ti como en una estatua en movimiento. Yo te miraba sin reparos, desde mi rincón. Tú mirabas al techo, y a tu alrededor, y a  ti misma, claramente para no ver nada.

Bailabas igual todas las canciones y no parabas quieta ni un minuto, pero me dio igual porque parecías una máquina de movimiento perpetuo y te imaginé llena de ruedas y resortes. Escuché el tic-tac que hacías por dentro y pensé que por eso te daba igual la música de fuera, porque tenías tu propio ritmo.

Bebí un trago de cerveza y me dije que era tonta por pensar esas cosas, y te miré y te vi los pulmones y el corazón y el páncreas; y cómo la sangre te bullía frenética dentro bombeando por todos lados. Toda tú latías. Y tú misma eras la vida, allí, bailando sola bañada en luz roja rodeada de bobos. Y vi cómo eras. Cómo eras de verdad. Estabas tan guapa que pensé que podría casarme contigo y ser felices para siempre.

Primero te pediría salir, claro. Iríamos al cine a ver una película en blanco y negro y te impresionaría con mis comentarios. Después tomaríamos un café nocturno y al irte me darías un beso rápido en los labios. Y yo me quedaría atontada saboreándolo como si no fuera a volverlo a probar.

Nos iríamos viendo más a menudo y descubrirías que no me gusta el verano y yo descubriría que no le pones mermelada a las tostadas. Te contaría los lunares de la espalda innumerables veces.

La nuestra sería una ceremonia informal, sin artificios, pero bonita y emotiva. Al cabo del tiempo tendríamos unos pocos críos, iríamos a visitar a tus padres los domingos y bailaríamos juntas bajo la luz roja, como si nos diera igual estar rodeadas de bobos.
Entonces me viste. Seguiste bailando, pero me sonreías porque te habías dado cuenta de que te observaba. Salí corriendo.

Pero sigues resonándome en las venas de vez en cuando.
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Participante:  El gallito

Querida Esmeralda:

Fue idea de mi madre mandarme a la huerta de tu abuela Hortensia. No me negué porque en cuanto nombró las granadas, tuve en la boca las semillas con el azúcar y el vino. Tomé el camino de salida del pueblo, pasé por el arroyo del tío Miguel y recogí unos berros  para la ensalada. Nada más desviarme por el sendero que iba al huerto, vi a lo lejos la casa, y a ti en la puerta, Esmeralda, sentada en una silla baja, con la falda subida hasta medio muslo y un cuenco entre las piernas. Territorio salvaje, con castaños amarillos, almendros, un follaje espeso, y el olor a conejos enjaulados y gallinas sueltas. Pelabas granadas, las despojabas de sus membranas blancas y con el pulgar ibas desprendiendo sus semillas sobre el cuenco.  

-¿Y tu abuela?- te pregunté, controlando la voz para que ningún gallo te provocara la risa.
- Estoy sola- contestaste mientras te inclinabas para coger una botella. Al hacerlo, la blusa se abrió hasta el nudo que la cerraba en tu cintura. Me quedé mirando la hendidura ahogada entre tus tetas y pensé lo bien que bailaría allí mi peonza. Tú te enderezaste y sorprendiste mi mirada. Sonreíste. Quitaste el corcho de la botella con los dientes y escanciaste vino sobre los frutos rojos y brillantes. Volviste a inclinarte para coger un tarro, y un pezón oscuro como una mora se desnudó. Levantaste la cabeza y sacudiste el pelo que te caía sobre un ojo violeta. Metiste la mano en el frasco, sacaste el puño, abriste la punta de los dedos y cayó una lluvia blanca de azúcar. Cogiste la cuchara de palo del bolsillo de tu falda y la hundiste en el cuenco. La sacaste llena y te la llevaste a la boca. El zumo te tiñó los labios, bajó por la barbilla y empapó tu blusa.

-¿Quieres?- me ofreciste la cuchara chorreando.
-Quiero- te contesté.
Desnudé tus hombros y la blusa cayó sobre tu falda. Chupé las dos moras hasta dejarlas secas. Lamí el jugo que escurría, subiendo hasta tu boca, y entré, abriéndola bien con la fuerza de mis labios de hambre, y te arrebaté las semillas, el azúcar y el vino.

Cuando volvía a casa, sin granadas y con los berros lacios, me di cuenta de que tenía sangre en una sandalia. Una gallina me había estado picoteando el dedo gordo del pie derecho, la muy puta, y yo, claro, ni enterarme.

Voy a ofrecerme de recadero de mi madre, para seguir visitándote mañana, y pasado y al otro. En la huerta, con o sin granadas. Tú procura que no esté tu abuela,  mi querida Esmeralda.


2 títulos de crédito:

Hormiga dijo...

maaaadre míaaa pero cuántas cartas has recibido??? las juezas deben estar de un estresáo!! mañana desvelarás el resultado? Oleeeee que viva el amor y la creatividad!

La Macarra dijo...

Por dios que acabe ya el mes San Valentín!!!! XDDD

 
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